Las 17h del día 20 de julio, más de 50º al
sol en plena Serena, no se oyen cantar ni las chicharras, la ola de calor
sahariana a transformado estos secarrales precisamente en eso…prácticamente un
desierto inhabitable. En ese preciso momento surgen del montón de paja al que habíamos
trasladado aquellos pollos poco menos que sentenciados a morir, como tres aves
fénix, los tres magníficos jóvenes cenizos, renacidos una y mil veces en las
pocas semanas de vida que aún les asisten, en un argumento igual o más
dramático que el representado en la película del mismo nombre y protagonizada
por Leonardo DiCaprio.
La historia comienza en un trigal de poco más
de una hectárea, ubicado al sur del Embalse de Orellana, allí pone sus cuatro
huevos la aguilucha, apenas en un pateadero, porque ya sabéis lo poco
complicada que es esta especie a la hora de hacer nido, otra cosa son las
necesidades que seguramente requiere la especie, en lo cual como es natural son
verdaderos expertos: buenos posaderos para vigilar el nido, pastizales cercanos
para buscar alimento, tranquilidad…, la elección de la fecha por esta pareja,
seguramente por alguna incidencia sobrevenida, sin duda la más letal para la
reproducción de los cenizos, el 6 de junio se encuentra en fase de huevos cuando
comienzan a volar muchos de sus congéneres en otros nidos, todo un hándicap
para que lleguen a buen puerto los proyectos de perpetuación de esta pareja, se
cruzara por medio lo más crudo del verano y sobre todo el campo quedara
agostado y sin recursos en la fecha tan tardía en que se prevé el vuelo de los
jóvenes.

Cuando se produce la siega el 28 de junio,
los pollitos apenas cuentan alrededor de 10 días de edad, a esas edades
permanecen relativamente quietos en el nido, al paso de la cosechadora, nos
encontramos vigilantes, pero podéis imaginaros el terror al paso de semejante
mastodonte que rompe la tranquilidad en la que vivían desde sus pocos días, y
sobre todo el desamparo en el que ha quedado su “vivienda” tras la brutal
siega, rodeados por unos metros de espigas y unas tiras de paja, lo que antes
era para ellos un pastizal enorme y seguro.
La hembra siempre solicita aporta pequeñas
raciones de alimento que consigue en el entorno del nido, y que sirven para ir
parcheando el hambre en tanto llega el macho con presas más contundentes. En
ocasiones cuando llegan los papas con la comida, aparece el “pirata” del Milano
negro, que tras persecución insistente de los progenitores consigue que estos
suelten la presa, parasitando su trabajo para sacar adelante a nuestros
protagonistas.
A los pocos días, llega otro de esos momentos
críticos para los pequeñuelos…la empacadora; igual de letal que la cosechadora,
si los jóvenes aguiluchos han decidido salir del nido y esconderse bajo las
hileras de paja, inmisericordemente serán atrapados y formaran bolas de plumas
incrustadas en las alpacas. Este es el caso, tenemos que retirar los pollos a
su paso, están en esa edad peligrosa en la que su inquietud les juega esas
malas pasadas. A continuación quedan si cabe más indefensos, ya solo les queda
el manchón de espigas alrededor del viejo nido, y aún les faltan algo menos de
dos semanas para iniciar sus vuelos.
El 12 de julio, recibimos otra mala noticia,
en breve tienen que meter el ganado en la hoja del rodal (las fechas obligan a
meter las ovejas en los rastrojos, o comprar piensos, todo se empieza a secar
irreversiblemente…); tras estudiar las inmediaciones comprobamos que existe una
parcela a escasos 20 metros cuya paja no fue recogida porque se encuentra
mojada por debajo, debido al fuerte granizo que cayó en la tormenta de primeros
de julio, ¡¡¡pobres aguiluchos, hay que imaginarlos no solo superando las dos
olas de calor que llevamos en julio, sino también las fuertes tormentas de
granizo que cayeron en la zona, todo un reto a su supervivencia!!!.

Trasladamos los pollos, a 8-10 días de volar,
a un nido artificial conformado por una montaña de paja, con una abertura en lo
alto para que pueda acceder la madre con las cebas; el sitio parece ideal, hay
una linde con pasto que les servirá para completar su desarrollo e iniciar los
vuelos, si lo permiten zorros, perros, meloncillos, milanos negros, jabalíes,
águilas calzadas, búhos reales…, y un largo etcétera de posibles predadores que
por esas fechas ya encuentran escasez de alimento en el campo.

Por fin, el 20 de julio y tras muchas
peripecias nuestros amiguitos ya vuelan, unos mejor y otro peor, aún
permanecerán en el entorno de su área de cría otras 2-3 semanas perfeccionando
su vuelo y aprendiendo a cazar. Desgraciadamente aquí no acaban sus problemas,
ahora es el momento de los accidentes, no pocos jóvenes se estampan contra los
vallados ganaderos, contra tendidos eléctricos e incluso contra vehículos; se
pueden ahogar en charcas, y además su vuelo torpe invita a muchos predadores a
capturar una presa fácil.

El Aguilucho cenizo necesita una
productividad alta para reponer las muchas bajas que sufre a lo largo de su
periplo vital, también la migración transahariana presupone un importante
sumidero de jóvenes; esta productividad no se produce todos los años,
desgraciadamente cada vez son menos, las primaveras secas, los ciclos de siega
en cereales cada vez más cortos (lejos quedan los tiempos en que muchos pueblos
celebraban en las fiestas de agosto el final de la siega), la falta de
alimento, y sobre todos ellos la pérdida de su hábitat conforman un panorama
desalentador. Estos hábitats ligados a la agricultura en secano son cada vez
menos valorados por los agricultores, su baja productividad les hace ser poco
menos que estorbos en su bolsa económica, y por desgracia tampoco
medioambientalmente se valoran debidamente, así nos encontramos con especies
ligadas a estos medios que en poco tiempo han pasado a situarse al borde de la
extinción, como el caso de los cenizos, y por ejemplo el Sisón, especie que no
hace mucho era significativamente numerosa.

2016 ha sido un buen año para los aguiluchos
cenizos en esta zona, con una productividad próxima a 1’8, muy por encima del
1’3-1’4 que necesitan para reponer sus poblaciones, todo ello gracias a un
voluntariado muy sacrificado, una aportación parca por parte de la
Administración, y por suerte una sensibilización cada vez más asentada en los
colectivos de agricultores; aún estamos lejos de su salvación, pero al menos
este año si podemos hablar de “los renacidos”.