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miércoles, 8 de diciembre de 2021

LA NUEVA DEHESA EXTREMEÑA

Es sorprendente la multitud de matices que nos puede ofrecer la observación de grullas a lo largo de un día invernal, desde las neblinas matutinas entre las cuales asoman y trompetean, nieblas rotas por el sol con el transcurrir de las horas, momento en el que podremos observar las aves cuan si fuera un espejismo de reverberaciones. Hasta llegar al magnífico paso a dormideros en un atardecer rojizo, rasgado por las nubes del frio y surcado por bandos estelares que parecen dirigirse al centro del sol, sin olvidar el vuelo casi nocturno, en ese cielo mortecino que precede a la noche.
Como cada otoño volvieron las grullas, cuánto tiempo tendremos la oportunidad de disfrutar de semejante espectáculo?, sabremos alcanzar al equilibrio que permita a las grullas continuar visitando nuestra zona?, sobreviviremos a las grullas en el caos que hemos creado? Muchas preguntas me asaltan cuando disfruto de los matices que me ofrece la observación de mis queridas amigas. Sin embargo lo que veo cada año es un deseo irrefrenable de cambiarlo todo, parece como si nada de lo que nos legaron las generaciones pasadas fuese digno de preservar, y aunque la historia viene de atrás, ahora le sigue tocando sufrir ese torbellino de prosperidad a nuestras dehesas, sin lugar a dudas un ecosistema único a nivel mundial, modelo sostenible de explotación y conservación. Muchas de ellas, con un rendimiento bajo y con escasa o nula compensación económica a los muchos valores que nos aportan, están siendo transformadas en cultivos intensivos y superintensivos de leñosas en regadío (fundamentalmente olivar y almendro).
Estas dehesas cuya producción: ganadería y agricultura extensiva, cinegética y forestal, no conllevaban apenas gasto de recursos energéticos y de un bien tan escaso como el agua. Con el cambio de uso están transformándose en verdaderos sumideros de agua y energía: agua para regar estos millones de arbolitos a través de piscinas enormes y energía para poder llevar el agua hasta el último rincón de esos extensos territorios, con lo cual estamos cambiando un ecosistema único en el mundo por un cultivo de productos excedentarios, de los que más pronto que tarde los propietarios comenzaran a quejarse de su baja productividad y habrá que cambiar nuevamente…para entonces las viejas dehesas solo serán un recuerdo.
En estos campos de cultivo, que anteriormente eran dehesas, me resulta paradójico como dejan las encinas más altas y dispersas en el mar que conforman los olivitos, una vez eliminados todos los individuos más jóvenes que servirían de renuevo, todo el estrato de pastizal o matorral que da vida a la dehesa. Es cuestión de tiempo que ese arbolado muera, en el mejor de los casos por simple envejecimiento, lo más fácil por el abuso de productos químicos con los cuales inundaran las plantas de cultivos leñosos.
Es una destrucción silenciosa del ecosistema tradicional extremeño, casi sin levantar la voz, parece que dejando esas encinas aisladas en el olivar intensivo, el daño es imperceptible, la Administración que lo permite parece como si entendiese que esa dehesa sigue ahí, que esa destrucción es reversible, pretendiendo quizás lavarse las manos del grave impacto ambiental que ha permitido…., que busquen ahora sus valores medioambientales, cualquiera se dará cuenta que ya no existen. Las grullas son las primeras damnificadas por esta nueva concepción de la dehesa extremeña, ya no las veremos comiendo bellotas bajo esas encinas perdidas en el mar de cultivos, tampoco buscando bulbos en los pastizales que una vez existieron allí, pero eso parece que no importa, da igual que sea Zona de Especial Protección de aves, que Zona de Especial conservación, que zona forestal o como quieran denominarla los técnicos de turno, la vieja, la tradicional dehesa extremeña, dejo de existir.
Veo algunas viejas grullas anilladas, que año tras año recalan en la Zona Centro, sus anillas envejecidas por el paso de los inviernos. Ellas también son testigos de lo que fue y lo que es su antiguo paraíso, aquel que llegaba desde Puerto Peña hasta Santa Amalia y que metro a metro podían recorrer alimentándose de bellotas, bulbos, maíz, arroz…