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lunes, 2 de noviembre de 2015

Trazos en el horizonte



 Los recuerdos navideños de mi infancia evocan las tradicionales matanzas, en las cuales se reunía toda la familia al calor de la lumbre, y las interminables labores manuales de preparación de la carne y los embutidos caseros, a manos de expertas profesionales en la materia, curtidas por mil y una matanzas a sus espaldas, evento que irremediablemente comenzaba con los agudos chillidos del cochino desangrándose mucho antes del amanecer, posterior movimiento de artesas y cuchillos que daban paso al amanecer.


  Muchas veces en aquellos amaneceres, había un espectáculo que sobrevolaba la localidad de Orellana, y que marcaba el inicio y el final de aquellas jornadas invernales; era el paso de las grullas a sus comederos y dormideros respectivamente al orto y el ocaso, eran tiempos en que estas aves dormían masivamente a orillas del Embalse de Orellana, y en sus querencias diarias a los encinares de los Bodonales, las Puercas, Mesas Altas, el Merino o los Guadalperales, atravesaban ruidosas los cielos del pueblo.


  Hasta hace no mucho siguieron con esta costumbre, posteriormente y durante algunos años combinaron esas querencias de dormir en los ancones del embalse, con periodos de descanso en arrozales; para últimamente desechar Orellana casi por completo, y limitarse a los arrozales fangueados con el consiguiente ahorro de energía. Aquellos trayectos podían transcurrir fácilmente a través de 20 kms, y era impresionante ver aquellas largas filas de ruidosas aladas de un punto a otro, casi sin solución de continuidad.


  Aún conservo anotaciones de aquellos pasos al dormidero correspondientes a 1981, cuando con una vieja bicicleta salía a un par de kilómetros del pueblo por la Cañada Real Leonesa, observando las más adelantadas iniciar el recorrido 15 o 20 minutos antes de la puesta de sol, pero sin duda este era el momento mágico, en el que a ras del horizonte, primero por sus gritos y después por las oleadas de los diferentes bandos surcando el cielo frio de aquel llano en contraste con los matices que ofrecen los atardeceres otoñales e invernales: los rojos intensos y grabados a fuego, los suaves morados preludio de jornadas lluviosas, los espesos y cerrados grises de aquellos días metidos en agua o aquellos otros en que la neblina comenzaba a invadir todo el ambiente como un manto fantasmagórico.


  La combinación de esos cielos, aquellas soledades, el frio lacerante que se metía en los huesos, y la explosión súbita de vida que implicaba el paso de las grullas, permanecen como un recuerdo imborrable en mi memoria. También el denso vacio tras su paso, apenas roto por el maullido de un Mochuelo o el lastimero reclamo chillón de un Avefría.

  Posteriormente la imagen del paso de las grullas se repitió y se repite cientos de veces, cada uno diferente, cada uno sorprendente, sin duda sigue siendo con diferentes matices aquel lejano momento mágico en que aparecían  trazos en el horizonte.


4 comentarios:

  1. Estimado amigo Manuel, gracias por esta página tan hermosa de sentimientos que nos regalas.
    En correo te contaré largo, de los míos.
    Un ruego; no te vendas tan caro!!!
    Un abrazo grullero

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    1. Amiga Paloma, seguramente esos sentimientos hacia las grullas son comunes, me alegro que la entrada te lleve a tus primeros contactos con la especie.
      Un abrazo.

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  2. Esos lances grulleros,al caer la tarde si lo has vivido te marcan para siempre. Gran parte de mi afición ornitológica
    se la debo a esas aves que venían del norte y te evocaban lugares lejanos y salvajes.Gracias por recordarmelo Manuel.

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    1. Hola Jesús, coincidimos plenamente en la visión de evocar el gran norte lejano y salvaje cuando disfrutamos del paso de las grullas, para mi son irresistibles esos atardeceres fríos, rojizos y ruidosos, llenos de grullas.
      Un saludo

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